Los ex-clavos de Cristo
Por Eloy Jauregui
Jorge Semprún hubiese querido vivir en el Perú de estos días. Lástima, lo enterraron la semana pasada en París. Este intelectual español tenía las fórmulas para combatir los totalitarismos. En su libro “La escritura o la vida”, Tusquets, Barcelona, 1995, JS plantea la labor matriz de un intelectual. La reflexión cruda de la naturaleza humana. Aquellas grandezas, las asolapadas miserias. Vivir, existir y ser feliz sin joder a nadie. ¿Intelectuales? Sí, existen, aunque los fascistas los desprecien. En el Perú, felizmente, hoy llegaron al poder. Pero cuidado, tras de ellos hay una costra de sórdidos que se dicen de derecha. Aquellos racistas, falangistas, mercantilistas e ignorantes. La derecha, por ejemplo en Chile, lee, es humanista, tiene valores, y maneja ciertos medios de comunicación. Aquí no. Es una casta de cretinos sin proyectos ni programas y tienen un “grupo” de roñosos que trafica con la información.
Cierto, señora. La democracia goza, por ahora, de buena salud. Se ha silenciado el ladrido de los perros mediáticos. Los fujimontesinistas esconden sus lanzas. El gran capital aguarda que sus órdenes se cumplan desde este fin de mes. La derecha perezosa y cavernícola confabula entre whiskys en las tinieblas. Los perdedores del 5 de junio viven en cuarentena con sus sables caleta. Los dueños de la vieja prensa están en tratamiento, no aceptan la derrota y confabulan en los extramuros de Lima. Los periodistas reciclados colocan en sus agendas a los técnicos del comité de transferencia, dizque por ello son inmunes a la imbecilidad crónica. El otro Perú, el que queda fuera de Lima, hierve. Alan García ya tiene monumento. Los brasileños de Odebrecht, generosos, han diseñado una efigie chonguera para agradecer los favores del adiposo presidente que, para variar, quiere regresar el 2016.
La economía goza de extraordinaria salud. Nuestro PBI es líder en la región, la pobreza también y la enfermedad también y la escolaridad también y anémica y mucho más. Ya lo dije, un día después del triunfo de Humala, todo seguiría igual, sólo que con mayor histeria. Sin embargo, el amago de hecatombe en la Bolsa de Lima no llegó a aterrorizar a los verduleros ni a los cambistas. Cada vez hay más mozos, cada noche más prostitutas, cada año menos innovación e investigación en las universidades. “El Perú avanza”, leo en el Ministerio de Salud. Y dicen que ya no hay analfabetos en el país. Cierto, según la estadística, esa disciplina que practica Carlos Cacho. Y uno va a Norlima (antes, Cono Norte) y ve tremendas 4X4. Entonces estamos de la puta madre. Pero eso es falso.
El próximo sábado 25 estaré participando en Trujillo en el seminario “La piedra en el zapato. Las relaciones entre el periodismo y el poder”. Qué brillante oportunidad para quitarle el ‘rimer’ a la chuchumeca de los poderosos. Aquellos coleguitas –vamos, Althaus; vamos, Rosa María; vamos, Mariátegui, a otro hueso con ese perro—que no se reciclan. Son conchudos. Y tienen tribuna. Digo, el periodismo es como la sopa. Fría, un asco. Caliente, como la madre de mis hijos, una delicia. Óyelos, Padre. Y “no vayan”.